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El Adviento nos invita a estar atentos y vencer el desánimo

La espera vigilante y atenta fue el tema de la reflexión del Papa Francisco en el Primer domingo de Adviento, en que iniciamos la para la Navidad, el nacimiento de Cristo.

En este primer período del año litúrgico, tras regresar de su Viaje Apostólico a Myanmar y Bangladés, el Papa Francisco acompañó a todos los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro para iniciar el camino del Adviento en espera del Salvador.

Meditando sobre el Evangelio del día en el que Jesús advierte y exhorta a estar prevenidos para su llegada, «No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos» (Mc 13, 36), el Papa Francisco definió los requisitos que deben existir para que Dios irrumpa en nuestras vidas, y le restituya significado y valor con su presencia, es decir, ser personas “atentas y vigilantes”, tal como lo pide el mismo Salvador.

“La persona que está atenta, dijo el Papa Francisco, es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad”; mientras que la persona vigilante “es aquella que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el desánimo, la falta de esperanza, la decepción”.

En el primer domingo de Adviento, el Pontífice explicó que éste “es el tiempo que nos es dado para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia delante y prepararnos al retorno de Cristo (…)Él volverá a nosotros en la fiesta de la Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana” pero que “viene a nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo”.

A continuación, presentamos el discurso completo que pronunció el Papa Francisco en el primer domingo de adviento.

Queridos hermanos y hermanas

Hoy comenzamos el camino de Adviento, que culminará en la Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando conmemoraremos su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y los muertos». Por eso debemos estar siempre prevenidos y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo. La liturgia de hoy nos introduce precisamente en el sugestivo tema de la vigilia y de la espera.

En el Evangelio (Mc 13,33-37) Jesús exhorta a estar atentos y a velar, para estar listos para recibirlo en el momento del regreso. Nos dice: «Mirad, velad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo […] para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo» (vv. 33-36).

La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino vive en modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás. Con esta actitud somos conscientes de las lágrimas y las necesidades del prójimo, y podemos captar también las capacidades y cualidades humanas y espirituales. La persona atenta se dirige luego también al mundo, tratando de contrarrestar la indiferencia y la crueldad en él, y alegrándose de los tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados. Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha colocado.

La persona vigilante es aquella que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la decepción; y al mismo tiempo rechaza la solicitud de las tantas vanidades de las que desborda el mundo y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar. Es la experiencia dolorosa del pueblo de Israel, narrada por el profeta Isaías: Dios parecía haber dejado vagar su pueblo, lejos de sus caminos (cf. 63.17), pero esto era el resultado de la infidelidad del mismo pueblo (cf. 64,4b). También nosotros nos encontramos a menudo en esta situación de infidelidad a la llamada del Señor: Él nos muestra el camino bueno, el camino de la fe, el camino del amor, pero nosotros buscamos la felicidad en otra parte.

Ser atentos y vigilantes son los presupuestos para no seguir «vagando alejados de los caminos del Señor», perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades; estar atentos y ser vigilantes, son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura. María Santísima, modelo de espera de Dios e ícono de vigilancia, nos guíe hacia su Hijo Jesús, reavivando nuestro amor por él.

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