Este domingo 26 de abril, antes del rezo del Regina Coeli, el Papa Francisco invitó a todos los fieles a dejar de pensar en sí mismos, “en las decepciones del pasado”, y en los “problemas de la vida”, y más bien pensar en Dios, en que Jesús camina a nuestro lado, y en qué podemos hacer para que la gente sea más feliz.
El Papa partió del evangelio del día que narra el episodio de los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35) Una historia que comienza y termina “en camino”. El viaje comienza con el regreso de los discípulos a Emaús, que tristes por el epílogo de la historia de Jesús, dejan Jerusalén y vuelven a casa, caminando unos once kilómetros. Es un viaje que tiene lugar durante el día, con una buena parte del trayecto cuesta abajo. Y está el viaje de regreso: otros once kilómetros, pero hechos al anochecer, con parte del camino cuesta arriba después de la fatiga del viaje de ida, y de todo el día. Dos viajes: uno fácil durante el día y el otro agotador por la noche.
De los dos viajes, el primero, de día cuesta abajo, transcurre “en la tristeza”, mientras el segundo, cuesta arriba y de noche, lo hace “en la alegría”. ¿Por qué?
Al respecto, el Papa Francisco, afirmó que en el primero está el Señor caminando a su lado, pero no lo reconocen; en el segundo ya no lo ven, pero lo sienten cerca de ellos. En el primero están desanimados y desesperanzados; en el segundo corren para llevar a los demás la bella noticia del encuentro con Jesús Resucitado.
Esos “dos caminos diferentes de aquellos primeros discípulos”, precisó Francisco, “nos dicen hoy que en la vida tenemos ante nosotros dos direcciones opuestas”:
Está el camino de los que, como aquellos dos del principio, se dejan paralizar por las desilusiones de la vida y van adelante con tristeza, y está el camino de los que ponen en primer lugar a Jesús que los visita, y a los hermanos que esperan su visita. Es decir, los hermanos que esperan que nosotros cuidemos de ellos.
Este es el punto de inflexión: “dejar de orbitar alrededor de uno mismo, a las decepciones del pasado, a los ideales no realizados, a tantas cosas feas que han pasado en la propia vida», y «seguir adelante mirando a la realidad más grande y verdadera de la vida: Jesús está vivo, Jesús me ama”.
¡Esta es la realidad más grande, y yo puedo hacer algo por los demás! ¡Es una realidad bella, positiva, luminosa!
El cambio de marcha es este: pasar de los pensamientos sobre mi yo, a la realidad de mi Dios; pasar – con otro juego de palabras – de los “si” a “sí”. De los “si» a los «sí», ¿qué significa?: “si Él nos hubiera liberado, si Dios me hubiera escuchado, si la vida hubiera ido como yo quería, si tuviera esto y aquello…”. Como un lamento.
Este «si» no ayuda, no es fructífero, no nos ayuda a nosotros ni a los demás. Estos son nuestros «si», similares a los de los dos discípulos, quienes pasan, sin embargo, al sí: «Sí, el Señor está vivo, camina con nosotros. Sí, ahora, no mañana, nos ponemos en camino de nuevo para anunciarlo”.
Sí, puedo hacer esto para que la gente sea más feliz, para que la gente mejore, para ayudar a mucha gente. Sí: sí, puedo. Del «si» al «sí», de la queja a la alegría y a la paz, porque cuando nos lamentamos, no estamos en la alegría; estamos en un gris, en ese aire gris de la tristeza. Y esto ni siquiera nos ayuda a crecer bien. De «si» a «sí», de la lamentación a la alegría del servicio.
Pero Francisco plantea una pregunta a la atención de los fieles: ¿cómo ocurrió este cambio de paso, del “yo” a Dios, y de los “si” a los “sí”, de los discípulos? La respuesta es “encontrando a Jesús”:
Los dos de Emaús le abren primero su corazón, luego le escuchan explicar las Escrituras, y entonces lo invitan a casa. Son tres pasos que también nosotros podemos cumplir en nuestras casas: primero, abrir el corazón a Jesús, confiarle las cargas, los cansancios, las desilusiones de la vida, confiarle los «si»; y después, el segundo paso, escuchar a Jesús, tomar el Evangelio en mano, leer hoy este pasaje, el capítulo veinticuatro del Evangelio de Lucas; tercero, rezarle a Jesús, con las mismas palabras que aquellos discípulos: «Señor, quédate con nosotros» (v. 29): con todos nosotros, porque te necesitamos para encontrar el camino”.
Señor, quédate conmigo. Señor, quédate con todos nosotros, porque necesitamos de Tí para encontrar el camino». Y sin Ti, hay noche.